Las buenas noticias del progreso, por Jacques- Alain Miller

Las buenas noticias del progreso
Jacques- Alain Miller

Optimismo

Me ha sorprendido, y ha contribuido a mi optimismo, escuchar en un debate del Senado a un senador que reprochaba su higienismo al ministro de Sanidad, y al ministro, lejos de asumir lo que es evidentemente; su práctica higienista, defenderse. Subsiste una gran distancia entre estos fantasmas autoritarios por un lado y lo que es común por el otro [2].

Es cierto que una elite administrativa determinada llega a instalar procedimientos en contra del gusto común. Pero el mero hecho de enunciarlo, de entristecer a toda la asistencia, es al mismo tiempo potencialmente el resorte de un rechazo.

El retorno del sueño de Hartmann

Tomar en cuenta un nuevo objeto, el cerebro, autoriza, no a eliminar al psicoanálisis — lo que es un movimiento ya antiguo —, sino por el contrario a reformularlo en términos de procesos que son experimentalmente localizables. El periodista que lleva la rúbrica “Ciencias” de Le Monde dramatiza cada tanto este tipo de buenas noticias. No se trata en absoluto de rechazar al psicoanálisis. Es explicar que lo que Freud había abordado de una manera intuitiva y sin los métodos de la imaginería moderna puede encontrar ahora un fundamento científico. El inconsciente se convierte en un tipo especial de proceso cognitivo, y entonces tanto el desconocimiento como la represión son susceptibles de ser localizados de manera objetiva. Es una operación que ya estaba en marcha pero hay una intensificación de la potencia de esta retranscripción neurocientífica del psicoanálisis.

Se observa en otra vertiente igualmente una retranscripción comportamentalista del psicoanálisis. Esta psicología científica tiene un concepto fuerte de la causalidad psíquica en términos de condicionamiento, en términos neopavlovianos. Considera al sujeto no como un efecto del significante, un efecto del contexto, sino como un efecto del ambiente, un efecto del los acontecimientos que se han producido. Este sujeto efecto del acontecimiento es finalmente el viejo sujeto empirista, el sujeto de la tabula rasa de John Locke: el sujeto no es nada al principio, es una pura superficie de inscripción. Es lo que debe ser modulado por la inscripción biológica. En general, son invariantes que deben considerarse como biológicas. En su modelo puro, lo psicológico es un efecto de lo social, considerado como el ambiente.

Lo que produce la enfermedad mental es que el circuito estímulo / respuesta se encuentra inhibido y se trata de desinhibirlo. La cura analítica misma puede entonces transcribirse como una experiencia de descondicionamiento.

Estamos en un estadio mucho más sutil que el de poner al psicoanálisis fuera del campo. Veremos nacer, esbozarse, un psicoanálisis cognitivo-comportamentalista. Es un falso psicoanálisis, por supuesto, pero que aplica a los conceptos fundamentales del psicoanálisis nociones psicológicas. Aquel viejo sueño de Hartmann, antaño criticado por Lacan, el de la reabsorción del psicoanálisis en la psicología general — ese ideal que hacía reír en el momento en el que se desmoronaba la egopsychology —, pues bien, no ha quedado abandonado y vuelve medio siglo después, apoyado en el lenguaje de las neurociencias y en el vocabulario cognitivo-comportamentalista.

Victorias

Sloterdijk señala que las buenas noticias del progreso son emblemáticas de la época. Somos informados periódicamente de que una vez más ha sido franqueada una nueva frontera. Estas buenas noticias consisten en lo siguiente: el saber se muestra con la capacidad de dominar lo que antes se le escapaba. Estos progresos se sitúan todos en el eje S2 -> a. De aquí brotan y se expanden las buenas noticias. El significante le cuenta a la humanidad su progreso y su plus-de-gozar no deja de vencer. Al mismo tiempo éste se convierte en algo cada vez más inquietante. Constatan que se acumula en los bolsillos, que da lugar a descontentos específicos o a revueltas extrañas o a crímenes monstruosos, al mismo tiempo que la buena noticia continúa. La conexión entre el continuo raudal de buenas y de malas noticias no está hecha de ningún modo.

Eric Laurent se ha apoyado en el matema lacaniano S mayúscula de A mayúscula tachada, lo no calculable esencial, para justificar la democracia: “Si hay algo que no es calculable, entonces hay que negociar, hay que hablar juntos”. Antaño habíamos tomado esto de una manera más irónica. Habíamos deducido del Otro que no existe la proliferación de los comités de ética, que deben discutir sobre los valores ya que no hay valores absolutos. Tomábamos este reverso como el del Otro que no existe en vez de hacernos los defensores por nuestra parte de la cháchara democrática. Añadiendo al mismo tiempo que es el peor sistema con exclusión de todos los demás, cláusula que viene regularmente a colación, pero tal vez con menos fe en la democracia que la de un economista como el Sr. Fitoussi, cuya última obra [3] está habitada por el sueño de una democracia que llegaría a dominar al mercado, o que sería la tirita de la paradoja del mercado. Cosa que también parece una buena noticia falaz.

Un individualismo anómico

Eric Laurent ha citado las palabras de Emerson, que alguien como Richard Rorty reivindica todavía como su maestro, a la manera de un pragmatista anarquizante. Emerson formula el imperativo no simplemente de “pensar por sí mismo”, que es el imperativo kantiano, sino “pensar diferenciándote de cualquier otro”, “pensar lo que te es propio”. La crítica subyacente de Nietzsche se ha convertido en la regla del conformismo contemporáneo, es decir, todo el mundo está invitado a ser original. La fórmula de este individualismo es sensiblemente diferente del que Lacan podía llamar, hace tiempo, el individualismo humanista. Tenemos ahora un individualismo anómico, pero que es al mismo tiempo una fórmula de reivindicación contemporánea de libertad: “Mi cuerpo es mío, mis ideas son mías, mi ropa es mía”. Opone en efecto a la afirmación de la gran individualidad el verdadero no conformismo de alguna manera obligatorio. El no conformismo de la gran individualidad que no se define por el narcisismo.

Hay en efecto una oposición entre Nietzsche y Emerson. La originalidad de Nietzsche es perfectamente compatible y al mismo tiempo se sostiene en la admiración de los clásicos, por ejemplo. Ponía por encima de los románticos y de su búsqueda de la originalidad una originalidad ya emersoniana, narcisista, la originalidad superior del clásico que no tiene necesidad de buscar la originalidad por sí misma.

Metalenguaje universal

Ampliando el panorama que al principio estaba concentrado en una persona, en un diputado de la Asamblea, hemos descubierto progresivamente un continente. Hemos llegado a reformular un fenómeno de la civilización y tenemos que comprender este fenómeno para saber cómo guiarnos en él, como conducirnos.

El imperativo de la evaluación se presenta y con frecuencia se recibe como evidente. Es algo que me ha sorprendido. Hay una evidencia de la evaluación de la que hay que encontrar las raíces. ¿Cuál es este imperativo? Podría ser un imperativo epistémico y axiológico, que concierne a los valores en el sentido moral, espiritual, pero es un imperativo que es epistémico y económico. Hay que saber cuanto vale esto. Lo que resulta bastante conmovedor, cuando abrimos ahora los tratados de psiquiatría contemporáneos, — ya sea el tratado de psiquiatría bio o psicosocial o el manual de psiquiatría del año 2000 aparecido recientemente —, es que la economía de la salud entra de lleno en la teoría psiquiátrica misma, y hace surgir el uno por uno de la clínica como algo demasiado costoso. No he verificado en mi viejo manual de psiquiatría de Henri Ey[4] si existe un capítulo — pero no lo creo — de economía de la salud mental en el sentido de la racionalización de los costes y de los beneficios en salud mental.

Hemos creído y hablado durante mucho tiempo de la psiquiatría que se organizaba entorno a los efectos del medicamento, pero estamos ahora ante una psiquiatría cuya clínica se organiza en función de los costes financieros. Es una novedad. La codificación no está reservada simplemente a un tipo de psicoterapia, la codificación está ahora para reducir al mínimo el tiempo empleado. Es la entrada del cálculo económico que le dice a la clínica, como Tartufo: “Te toca a ti salir del paso”. El aplomo con el que se formula es sobrecogedor. Hemos escuchado lo mismo, con una sonrisa, al tan simpático Bernard Kouchner cuando ha venido a visitarnos: “Tendrán que tomar muy en cuenta el coste financiero”. ¿Y quién podría no estar de acuerdo?

A través de estos fenómenos, la transformación se consuma — y tal vez sea el colmo, un acmé del proceso, algo que toca ahora al psicoanálisis — en la que todo es comparable por su valor. Sentimos el peso, la presión de lo que se consuma como la fabricación de un universo homogéneo. Y para que este universo sea homogéneo, es preciso que — en su lenguaje — las emociones, los comportamientos, las conductas pasen por ahí, y el lenguaje también. Es preciso que sea homogenizado y comparable.

Sentimos la presión de un metalenguaje universal — dudo incluso en decir metalenguaje porque se presenta como lenguaje objeto — de un lenguaje preliminar del ciframiento, de la contabilidad, y con la evidencia que siempre se vincula a las matemáticas.

Es así como Heidegger, en “La pregunta por la cosa”, define ta mathemata. Antes incluso de que llegue la ciencia matemática, ta mathemata es lo que se sabe siempre con antelación sobre qué es el mundo. Ta mathemata es lo que existe de manera más evidente en lo que podemos percibir del mundo. Es en este nivel donde se sitúan los procesos a los que asistimos, a pesar de su sofisticación.

Un saber (savoir) sobre el tener (avoir)

Lo que se denuncia como mercantilización es, más profundamente, esta homogenización generalizada. Es algo tal vez ahora especialmente sensible en Europa, porque la construcción de un espacio europeo común con viejas naciones que tienen viejas tradiciones, que tienen lenguas diferentes, hace particularmente urgente para el gobierno, y al mismo tiempo asombroso para los sujetos, esta homogenización. Es algo que llega ahora a la enseñanza superior, por ejemplo, donde se constituye un espacio europeo y donde los procesos de evaluación en curso en cada país deben internacionalizarse. Tenemos aquí un esfuerzo prodigioso, un esfuerzo donde se puede reconocer un momento del espíritu, como diría Hegel, para realizar la homogenización en este espacio.

Y, al menos por el momento, debemos constatar que es un bello sueño, una bella pesadilla, ya que esto no funciona. Hay que añadir a todas estas descripciones que Eric Laurent ha dado del codicilo: “Y esto no funciona”. Los agentes que están ellos mismos atravesados por este movimiento también añaden: “Todavía no funciona”. Es una buena noticia.

En Francia gozamos de diversos comités de evaluación. Lo que hay en común es esto: todavía no funciona. Hay que decir que como forma es algo muy joven. Esta transformación del ser en valor comparable es una transformación del ser en saber. Este saber es a la vez un saber (savoir) ante todo del tener (avoir). Pido disculpas por estas asonancias que no son traducibles en todas las lenguas.

Todo esto desemboca siempre en el saber de cuánto cuesta y de lo que reporta. No hay nada de nuevo en esto. Lo que se impone es lo que se llamó antaño para denunciarla la rentabilidad, que reaparece bajo las formas de la evaluación como la figura dominante de la racionalidad contemporánea. ¡E invencible! De todo se puede pedir qué cuesta y qué reporta, para poder hacer la relación entre las dos cosas y poder maximizar esta relación. Es la esencia del utilitarismo.

En tiempos pasados sorprendía que Lacan hubiera dado en su Seminario La ética del psicoanálisis un lugar tal a la doctrina utilitarista, con una referencia a quien la inventó, Jeremy Bentham. En aquella época, el utilitarismo parecía una exótica doctrina inglesa que había tenido su momento de gloria durante la primera mitad del siglo diecinueve. Nos damos cuenta por el contrario hasta qué punto — Lacan lo señalaba ya — es determinante para la racionalidad contemporánea. Cuando todos los significantes amos han desaparecido, el que queda es el de lo útil: es necesario que algo sirva. Y la relación entre el medio y el fin desemboca en la relación coste-beneficio. Cuando existe utilitarismo debe haber saber y cálculo de lo que cuesta y de lo que reporta.

Pudimos evocar con Jean-Claude Milner por qué medios se insinúa la evaluación, por qué medios intenta ganar a los espíritus, pero el paso siguiente es ver en qué desemboca [5]. La evaluación es otro nombre de la generalización de la relación coste-beneficio en cualquier actividad humana, e incluso en los procesos de pensamiento. Lo que anima a las terapias cognitivo-comportamentalistas es un punto de vista económico, como se decía ya en tiempos de Freud, y es la idea de mejorar el rendimiento del aparato psíquico.

El honor, un absoluto

Percibimos retrospectivamente también lo que puede tener de desesperada y al mismo tiempo de central la manera en que Lacan situaba su propia posición como la de “dar vergüenza” al final de su Seminario El reverso del psicoanálisis [6]. Dar vergüenza en nombre del honor, es decir en nombre de un significante amo que, por su parte, sería absoluto. El honor es realmente lo que se opone a lo útil, lo que lo útil invalida. Un honor que puede ser un significante amo tan absoluto que vale la pena perder la vida por él, según el ejemplo de Vatel.

Lacan no dudaba en recurrir — para hacerse comprender, sin duda — a un valor aristocrático fuera de cálculo. El honor no calcula, no hay relación coste-beneficio, incluso más bien resulta que sólo hay coste. Cuando lo útil es un valor a la vez, para decirlo en los términos de antaño, burgués y proletario. Es el mismo eco que encontramos en la evocación que parece hoy tan anticuada de un De Gaulle hablando de la grandeza de Francia. La grandeza no es evidentemente un valor cuantitativo, es precisamente un excedente en relación a los valores de lo útil.

Lacan sintió muy pronto hacia qué civilización íbamos y no tomó una posición nostálgica. Lo sintió especialmente en su texto “La psiquiatría inglesa y la guerra”, de 1947. La lección que sacó de aquel gran momento y de la derrota de Alemania ante las potencias anglosajonas es que la economía de lo útil iba a prevalecer sobre los valores aristocráticos. Opone a esto, a propósito de los acontecimientos que son el desembarco aliado en Francia y el paso del Rin, la tradición alemana, la tradición de la casta de los guerreros, con el halo sagrado que se vinculaba desde siempre al guerrero. Allí está la derrota por lo que llama los ingenieros y los mercaderes. Lo cito: “todo el poder de esta tradición no pesa ni una onza contra las concepciones tácticas y estratégicas superiores, producidas a partir de los cálculos de ingenieros y de mercaderes” [7]. Es un diagnóstico extremadamente preciso que hay que guardar en la memoria.

Es lo que motiva que, cuando constata, en Inglaterra durante la guerra, la asociación del psiquiatra con el funcionario, con el administrador, con lo que llama el psicotécnico, que es el psicólogo que hace pasar tests, dé un cierto asentimiento a todo ello. Toma la precaución de decir que es preciso que no haya degradación cualitativa, pero no pone un dique contra el Pacífico. Hay en esto un fenómeno de civilización. El corte representado por la Revolución Francesa encuentra su repercusión en el final de la Segunda Guerra Mundial, si puede decirse así, y no es mirando atrás como se puede encontrar un lugar. Querría señalar también el interés cierto que muestra en este texto por las investigaciones estadísticas que se practicaban entonces y por todo lo que hace pasar a escala colectiva los fenómenos que el psicoanálisis conoce a escala reducida.

El sujeto de lo colectivo…

Dejemos por un momento un poco a Lacan de lado para volver a nuestros esquemas de evaluación. Me he tomado el trabajo de mirar el boletín número 38 del Comité Nacional de Evaluación de las Universidades, CNE, que fue fundado y presidido primero por Laurent Schwarz, y que se ha confrontado a la construcción del espacio europeo en la enseñanza superior. Vemos que se trata, para decirlo muy rápido, de hacer colectivos de enseñanzas superiores, pero es aplicable a todos los colectivos de trabajo, a las instituciones, a los centros de salud. Me parece generalizable. Se trata de hacer de estos colectivos sujetos autónomos, que son definidos como sujetos responsables en el sentido en que se comprometen a aplicar una tarea y son capaces de responder por estas enseñanzas.

Existe un esfuerzo, a través de la evaluación, para la transformación en sujeto de lo colectivo. Evidentemente, ser responsable es ser capaz de responder ante Otro. De aquí viene la paradoja de que al hacer de estos colectivos sujetos y asignarles una autonomía responsable, es hacer emerger al mismo tiempo un gran Otro tanto más exigente, un Otro que es su asociado. Cito lo que he encontrado en esta literatura un poco ingrata: “En la perspectiva de una autonomía creciente, aumenta el número de asociados a los que convendrá proveer de informaciones fiables y pertinentes”.

... y su Otro

Aquí está pues un Otro al que hay que informar, al que hay que transmitir saber, que está en una inflación constante. Es un Otro que exige, no sólo que se haga, que se opere, que se actúe, sino que se demuestre. Se tiene que hacer la demostración de que se asumen sus responsabilidades, que se respetan sus compromisos, y que todo se hace al mejor costo. Se trata de un espacio en el que los colectivos son sujetos que tienen que hacer continuamente la demostración, bajo la mirada del Otro, de que se puede confiar en ellos.

Llaman a esto exactamente: “la lógica de la demostración”, y me parece el corazón de lo que se percibe en la evaluación en el paso siguiente al que había evocado anteriormente. Una lógica de la demostración, cuyos dos polos son la demostración y la confianza, lo que quiere decir que estos colectivos sujetos tienen que vérselas con un Otro que es desconfiado por naturaleza, y ante el cual es preciso exonerarse permanentemente, justificarse permanentemente por existir y por funcionar.

No puedo citar en detalle el discurso de Laurent Schwarz del 10 de Mayo de 1985, en la toma de posesión del Comité Nacional de Evaluación, pero no hace más que hablar de valentía, de objetividad, de transparencia. Asegura que el Comité de Evaluación no ejerce un control policial — ¡es algo que da confianza! — cosa para la que, por otra parte, no tiene los medios. Lo que esto pone de relieve es que, para que estos colectivos sean sujetos, la etapa mayor de esta subjetivación de lo colectivo es la autoevaluación, que se recomienda que sea siempre confiada en un colectivo a una instancia específica, que asegura permanentemente la guía del colectivo.

Creo que todo esto no quiere decir más que una sola cosa, que se puede transcribir así: dotar al colectivo de una consciencia de sí mismo. La autoevaluación confiada a una instancia que guía permanentemente al colectivo, sólo puedo conceptualizarla como una consciencia de sí mismo objetivable bajo la forma de un saber transparente y comunicable al otro. Con el resultado de que toda actividad del colectivo — y esto desciende evidentemente hasta los elementos individuales — debe ser redoblada permanentemente por el saber de esta actividad.

Es aristotélico. Se trata de crear un alma para el colectivo, de dotarlo de un alma. Es tal vez por eso que existen tantos entusiastas religiosos por la evaluación. Es algo que forma parte del proceso de concienciación del planeta en el sentido de Teilhard de Chardin. Por medio de la evaluación, el colectivo accede a la consciencia. En términos aristotélicos, la autoevaluación dota al cuerpo de un alma que lo guía.

Un modo inédito de identificación

Demos entonces un paso más. Todo esto es muy simple. Y percibamos que es un modo totalmente inédito de formación de la unidad de los colectivos. Conocemos el modo que Freud aisló, en su Massenpsychologie, como identificación. En los términos de Lacan, se discute la cuestión de saber si es con el Significante amo o si es por el sesgo del objeto a. Aquí es algo distinto: se trata de intentar dar al colectivo su unidad por medio del saber, S2, y esto es algo que nunca se había intentado. Cuando todas las formaciones colectivas, incluidas las que Lacan estudia en “La psiquiatría inglesa y la guerra” a partir de Rickmann y Bion, pasan por la función del líder, del Uno de más, resulta que es una función que está ausente de todos estos tratados de evaluación. Se intenta obtener la subjetivación del colectivo únicamente por medio del saber, y por medio de un saber homogéneo. La función del más Uno o del menos Uno es estrictamente impensable en este caso.

Evidentemente lo que aquí no puede esconderse es que esta evaluación, la elaboración de saber de sí mismo y de su actividad, tiene ella misma un coste. La evaluación cuesta, la evaluación sustrae recursos al colectivo en el que se implanta, y entonces la evaluación debe justificar su propia existencia en la relación coste / beneficio. Y lo que se ven obligados o observar es que desde el momento en que la evaluación empieza a implantarse en un colectivo, el primer efecto es que se desorganiza y se empobrece. Es por ello que tienen que añadir que la evaluación debe difundir una cultura económica, para que sus ventajas económicas sean identificadas y sean superiores al coste financiero que implica.

Si en este paisaje de ruinas y de pesadillas que hoy hemos evocado debe brillar a pesar de todo alguna esperanza, ésta proviene del callejón sin salida intrínseco a la operación de evaluación. Y es que, en primer lugar, no es posible subjetivar colectivos únicamente por medio del saber. Es un sueño propiamente burocrático. Y en segundo lugar, es un sueño carcomido en su efectividad precisamente por la paradoja de la evaluación, es decir por el empobrecimiento inmediato y el caos que introduce la evaluación con el pretexto de poner orden.

Es mucho más lúcido considerar, como hizo Lacan después de su “Psiquiatría inglesa y la guerra”, que el discurso del saber, el imperio del saber, es contradictorio con este sueño remanente de autonomía de la consciencia de sí mismo, ampliado incluso a lo colectivo. Y la evaluación no hace más que traducir este resto, este sueño de autonomía, que está ya descompuesto por la época en la que estamos, que es por el contrario la de un saber anónimo e impersonal. Es pues un esfuerzo desesperado para restituir una consciencia de sí mismo al colectivo, cuando esta consciencia de sí mismo le es precisamente imposible de emerger en el reino del saber.

(Traducción: Miquel Bassols)




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[*] Texto publicado en ORNICAR? digital nº266. Nueva Época

[1] Texto del comentario de la exposición de Eric Laurent realizada en la sesión del 4 de Febrero de 2004 del curso “La orientación lacaniana”.

[2] En ocasión del debate en el Senado del lunes 19 de Enero de 2004, se trata del senador Sueur y del Ministro Mattei. El Sr. Jean-Pierre Sueur: “Consideramos, a semejanza del Sr. Jacques-Alain Miller, que existe aquí un retorno al higienismo y a una concepción según la cual todo debería derivarse de la medicina”. El Sr. Mattei responde: “Está claro que, en el dominio que nos ocupa, no reinan ni el determinismo ni el gen”.

[3] Fitoussi, J.-P. L’idéologie du monde: Chroniques d’économie politique, Paris, Aube poche essai, 2004.

[4] Ey, H., Bernard P., Brisset Ch., Manual de Psiquiatría, Masson. No encontramos en efecto ningún capítulo consagrado a la economía en materia de salud mental.

[5] Miller J.-A, y Milner J.-C, Evaluation, Entretiens sur une machine d’imposture, Paris, EURL Huysmans, 2004.

[6] Laurent, E., “La honte et la haine de soi”, Elucidation, 3, Paris, Junio 2002, pp. 23-30. Miller, J.-A., « Note sur la honte », La Cause freudienne, 54, Paris, Junio 2003, pp. 7-19.

[7] Lacan. J. “La psiquiatría inglesa y la guerra”, Uno por Uno nº 45, Eolia, Barcelona 1996.

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